Escena
Un abominable vaso de leche revolcado entre los dedos temblorosos huye; escurriéndose a través de las piernas, arrancando sobre los pies descalzos, lanzándose en un inevitable acto suicida al cuajado cemento;
desfigurando el tratado de lo que es y lo que no... colgándose de los afónicos soplidos de bronce bajo el aliento sudoroso de la experiencia. Figúrese una “A”, chapoteando en el fondo de un sucio vaso de whisky y, aullando dentro del cristal, la melancólica fonética- ausencia de la “Z”-. Un café que se condensa en la brevedad de una cucharita, revolviéndolo en un constante segundo, momento preciso donde se embuten unos labios pincelados minuciosamente a primeras horas, en las que el sol encaramado sobre el vidrio de la ventana rebana los rastros de aquella noche juguetona bajo cómplices sabanas empapadas que yacen dilatadas una sobre otra ¡ qué tumulto! desarmadas, pegoteadas sobre la esquelética espalda lamida, toda torcida en magulladuras de noche, quemaduras de cigarrillos, descomulgando al exilio, eco alguno de ternura. Un alarido que no alcanzó a pronunciarse desarmándose en astilladas sílabas, sumergiéndose en la embriagada oscuridad embutida en mi boca, susurrándote desde kilómetros un “buenos días” depositado sobre tu almohada.